Los comités de expertos
Después de cientos de años mareando la perdiz (la idea arranca de la época de los Reyes Católicos), pocos años después de concluir la Guerra de la Independencia se comienza la obra de construcción de un canal navegable que había de traer las aguas de los ríos que nacen en la vertiente meridional de la Sierra de la Sagra a los siempre sedientos campos de Murcia y Cartagena.
No eran pocos ni de poca monta los que se oponían. Entre ellos estaba nada menos que el Duque de Alba, propietario de grandes extensiones de terreno en la zona de Huescar.
El Duque en defensa de sus derechos, encargó a un prestigioso científico italiano un informe neutral y con el respaldo irrefutable de la ciencia, el paisano de Leonardo da Vinci, Torricheli y Tartaglia llegó a la conclusión de que el trasvase era inviable por estar Lorca a más altura sobre el nivel del mar que la zona de Huescar.
La desfachatez con la que firmó tamaño dislate debió ser proporcional al importe de la cantidad cobrada.
Seguramente esta esclava dependencia de la ciencia a la política no ocurrió seguramente por primera vez, pero desde luego no fue la última. Precisamente ahora se ha puesto de moda la creación de Comités de Expertos que den pátina científica a las decisiones previamente tomadas y que por injustas o criminales no se atreven a poner en marcha sin encontrar a quienes responsabilizar. En el traslado del Archivo de Salamanca, la ampliación de la despenalización del aborto o la recomendación de la eutanasia, la prohibición de los trasvases entre cuencas y si preciso, fuera la determinación del sexo de los ángeles, son asuntos en los que es conveniente tener cómplices.
De entre las docenas de miles de catedráticos, ayudantes de cátedra, investigadores, eméritos y en general gente de la cultura (sin tener que recurrir a artistas y cantantes) no será difícil encontrar a quienes estén suficientemente comprometidos o simplemente sean unos frescos o, por qué no, necesitados y que por ello estén dispuestos a llegar a determinar científicamente la altura sobre el nivel del mar de las conclusiones que se soliciten. Sólo es necesario hacer la elección correcta.
Es inevitable hacer un paralelismo entre estos comités y aquellos jurados, previamente preparados por la mafia, cuando en la época de la gran depresión se juzgaba a algún «capo». Eran personas íntegras, amantes de la justicia, previamente seleccionadas por los abogados de los acusados. Los resultados ya los sabemos.
Hoy me entero que el gobierno de España ha dado un paso más. Selecciona un comité de expertos sin comité ni expertos y les responsabiliza de las nefastas medidas tomadas por el Ejecutivo. Ahora, presionado por el Comité de Transparencia, confiesan al Defensor del Pueblo, sin ambages, sin que se le mueva un músculo y sin el menor rubor, que no había tal Comité.
Y seguimos aplaudiendo, seguimos ocupando la totalidad de los resortes de la nación y a ver quién se atreve a levantar la voz.
¡Vivan las caenas!