El poder terapéutico de las palabras.
Sanidad podría reforzar la Atención Primaria utilizando la buena red de farmacias para ejercer una labor de educación sanitaria.
La organización social tiene a su alcance una magnífica infraestructura: la red de farmacias, muy bien distribuida, cuyo modelo de farmacia mediterránea (reconocido por expertos como el mejor del mundo) es la envidia de muchos extrajeros que nos visitan; y dada la formación universitaria de sus titulares así como la experiencia y preparación de sus auxiliares y personal técnico, no está bien aprovechada todavía, a mi juicio, por nuestra Administración Pública. Podría establecerse una estupenda simbiosis, ya que los farmacéuticos españoles en general y los murcianos en este caso, estamos en contacto continuo con nuestros clientes-pacientes, especialmente con los mayores de sesenta años (ahora que ha aumentado este tipo de población sanitaria) a los que hay que esplicar despacio las prescripciones y los riesgos que conlleva no hacerlo adecuadamente, para evitar que interrumpan la toma de medicamentos, circunstancia que tantos ingresos por urgencias y costo sanitario provocan.
Colaborar con eficacia y eficiencia en la Atención Primaria es, además de dispensar y aclarar muchas dudas acerca de la mediación, «formar» a los pacientes, haciéndolos un poco más activos a la hora de gesionar sus enfermedades, ya que, como se ha demostrado, el paciente «activo» (mejor formado), visita hasta un 21% menos el centro de salud que el paciente pasivo (según Rafaél Bengoa, experto en salud pública); y como consecuencia, se produciría una descongestión de los centros de salud y un ahorro significativo en los costes.
También las palabras pueden ayudar mucho con sus explicaciones en las vivencias del paciente; sobre todo, en esta época tecnológica, donde muchos médicos -fascinados con la tecnología y oprimidos por la saturación- se basan sólo en las pruebas de diagnóstico por imagen o en los análisis clinicos, sin apenas conversar con el enfermo, tal y como se practicaba hace tan sólo una veintena de años.
Las palabras tienen efecto terapéutico. Y pueden, de hecho compararse con las medicinas que los enfermos toman para curarse. Freud fue uno de los primeros en saberlo y practicarlo, obteniendo verdaderas curaciones. Platón diferenciaba varias medicinas en su diálogo «Leyes»: una, para esclavos (como simple veterinaria) y la de los ciudadanos libres y ricos, basada en la conversación amistosa y el conocimiento personal y familiar con el médico, ya que muchas veces son los problemas personales del paciente, sus hábitos y las circunstancias de su entorno las causas de su enfermedad. Los homeópatas así lo practican. La información entonces, y pienso que también ahora, es poder para el médico; el problema es que no tienen tiempo de conversar con el paciente, pero los farmacéuticos podemos colaborar y ganar ese tiempo. Y la consejera Encarna Guillén debe saberlo, para poder erradicar esa «medicina muda» que no refuerza la Atención Primaria.
Subrayar la importancia de esta red de farmacias y el modelo de farmacia mediterráneo, poco utilizado aún por nuestra Administración, es una realidad y una responsabilidad de la que nuestros dirigentes deberían ser conscientes, por las mejoras que supondría para el Estado de bienestar, ya que no en vano la salud es el bien más preciado para los seres humanos. A veces me pregunto qué pasaría si ocurriese un desastre natural. Seguramente no tardarían en darle a esta red de farmacias un mayor significado, haciéndola más útil a la ciudadanía. Eso sí, mediante una buena gestión.
Y si las palabras tienen esos efectos beneficiosos, la educación de la población sanitaria y la legislación sanitaria son fundamentales. Hay muchos productos alimenticios que interfieren los efectos de los medicamentos y que se pueden comprar legalmente en los supermercados y otros establecimientos, como las bebidas energéticas, por ejemplo. Una verdadera «amenaza silenciosa» como titula J.M. López Nicolás en un reciente artículo publicado en este mismo medio, que podría solucionarse de estar controlada su venta por la red de farmacias; así como la venta indiscriminada de vitaminas y otros productos registrados habilmente como «suplementos alimenticios» que pueden ser perjudiciales para nuestra población sanitaria (como está demostrado), si no se dispensan por profesionales cualificados que los controlen. Son estas cosas las que nos diferencian del modelo de la farmacia de EE. UU. (donde el número de ingresos hospitalarios y muertes por automedicación es de los más elevados del mundo). Y como el autor de «La Amenaza Silenciosa» me pregunto: ¿Es tan difícil de solucionar el problema para que niños, adolescentes y adultos no perjudiquen su salud, favoreciendo la obesidad, las diabetes y otras enfermedades cardiovasculares?. Si es de sobra conocido -como afirma en su artículo López Nicolás- que con sólo beber dos latas de una de esas bebidas energéticas de 500ml, se puede sobrepasar la dosis aguda de cafeína que se alcanza al ingerir entre 300mg y 400mg, dependiendo del peso corporal y del nivel de tolerancia del consumidor, ¿no ven razonable las autoridades sanitarias intervenir para evitar desgracias?.
No sólo la I+D+i es una buena inversión; la educación sanitaria, la innovación organizativa, la creación de protocolos para grupos de enfermos afectados por una causa común y el aprovechamiento de ciertas infraestructuras son también una buena inversión.
El cuidado del medioambiente y la lucha contra el cambio climático (que tanto afectará sanitariamente a animales, plantas y humanos dentro de muy poco tiempo) debe ser una prioridad, en la que la red de farmacias puede colaborar mucho, concienciando a sus usuarios en coordinación con la Administración.
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
P.D.: ¿Tendrá algo que ver con lo conseguido por nuestro querido Colegio este artículo publicado por La Verdad hace unos seis meses?
Valen , tu vas a dar las charlas ????